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Opinión

sábado, 6 septiembre 2025

La hora de oro

Por: Admin

El nacimiento no es solo un tránsito fisiológico: es la primera experiencia de encuentro con el mundo. Para un recién nacido, salir del vientre materno es un viaje monumental: deja atrás un universo cálido y simple, donde nunca sintió hambre, frío ni soledad, para entrar en un mundo de luces, sonidos y aire. En ese instante, lo único que asegura su supervivencia y su capacidad de confiar en la vida es el cuerpo de su madre. Allí, piel con piel, comienza la historia de cada ser humano.

La ciencia y la sabiduría ancestral coinciden en llamar a este momento “la Hora de Oro”. Se trata de un lapso único e irrepetible en la vida, que ocurre inmediatamente después del nacimiento y dura entre una y dos horas. Es la ventana biológica y emocional en la que el recién nacido recibe todo lo que necesita para sobrevivir y para empezar a amar. En ese tiempo sagrado, el cuerpo de la madre y la presencia del padre se convierten en el primer nido.

En la Hora de Oro, dos hormonas orquestan la experiencia: la oxitocina y la adrenalina. La oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, despierta el apego, la ternura y el instinto de cuidado. Es la fuerza que impulsa al bebé a buscar el pecho, a abrir la boca, a iniciar la lactancia de manera intuitiva. La oxitocina también vincula, une y establece la primera matriz emocional de confianza en la vida. La adrenalina, por su parte, mantiene al recién nacido despierto, atento, con los ojos abiertos al rostro de su madre y de su padre. Gracias a ella, puede aprender de inmediato aquello que la oxitocina le enseña: que el calor de la piel significa hogar, que la voz conocida es seguridad, que el contacto inmediato es sinónimo de vida.

Este instante, que parece tan breve, funda algo inmenso. Los bebés que viven la Hora de Oro con su madre y su padre inician la lactancia con mayor facilidad, regulan mejor su temperatura, respiran más establemente, y sobre todo, sienten que el mundo los acoge con ternura. Allí se plantan las raíces invisibles de la salud emocional y de la resiliencia futura. El mensaje que recibe el bebé es claro y poderoso: “No estás solo. Tu vida importa. Aquí estaré para cuidarte.”

La antropología nos recuerda que el ser humano es la especie más inmadura al nacer. Por eso, necesitamos de un conjunto de cuidados que durante millones de años garantizaron que los recién nacidos crecieran sanos y conectados. Ese nido empieza en la Hora de Oro y se prolonga en el contacto piel a piel, la lactancia a libre demanda, los brazos disponibles día y noche, el tacto afectuoso y la presencia constante de la comunidad que acompaña.

Privar a un bebé de este inicio es arrancarle un fragmento esencial de su biografía. Permitirle vivirlo, en cambio, es regalarle la experiencia de un mundo en el que el amor y la confianza son las primeras lenguas que aprende. Y ese aprendizaje no se olvida jamás.

Por eso, la Hora de Oro no es un lujo ni una moda, es un derecho humano fundamental. Es el umbral donde comienza la historia de cada ser, el primer capítulo de su memoria corporal y emocional. Allí, entre brazos, leche, calor y miradas, se siembran las bases de una vida plena y de una humanidad más compasiva.

Maria Carmenza Cuenca Arias

Pediatra-Neonatóloga

Cofundadora Familia SER

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