domingo, 2 junio 2024
Por: Luis Fernando Amézquita
Se sacuden los cimientos de la maldad humana en su relación con la naturaleza, tras la abolición definitiva en tres años de las corridas de toros.
Los animales están de fiesta, incluidos los que a veces generan repulsión en la gente ignorante
–al pobre toro le daban un carácter diabólico en su ataque defensivo por la vida durante las corridas auspiciadas por
miles de engendros borrachos, personajes públicos y sus camarillas, en un festín de sangre en el ruedo-. El país asiste ahora, como efecto de la ley aprobada en el Congreso, a una tendencia de estos tiempos llegados, de carácter sacrosanto, cuando la Madre Tierra avisa mediante una reacción en cadena de sus reinos (contiene por igual la famosa ‘crisis climática’ de Gustavo Petro Urrego) que puede ponerle un último puntillazo a la vida humana en un
abrir y cerrar de ojos.
El tránsito de estos últimos siglos de crueldad no va más, es suficiente… Sin embargo, se asegura que en la vida humana la maldad alcanzará límites insospechados en su lucha por la prevalencia y la continuidad.
El precio más alto lo paga la vida no humana en un tiempo relativamente muy corto, menos de dos años calendario. Estamos más cerca del fin que del comienzo, aunque se afirma que surgirá una nueva Tierra pero con condiciones de sensibilidad extrema, que se registrará una elevación de las frecuencias vibratorias en todo el universo, un grado más arriba de lo establecido en este ciclo que culmina tras miles de años para el planeta, en lo consecuente.
CRUELDAD DE LOS TORILES
En el Tolima Grande conocimos matadores famosos y sus mozos de espadas, que son sus asistentes en las faenas de la Plaza de Toros, y trabajan como utileros que portan las espadas, el capote, el traje de luces, y muchos otros elementos usados durante las corridas.
Se destacan allí algunos objetos (instrumentos puntiagudos y armas contundentes de diferente gama, para no hablar de los jinetes picadores en la arena, que chuzan a sus inocentes víctimas por los costados) para causar dolor y ‘enfurecer’ a los animales, entre ellos varios arpones metálicos con los que desgarran el ano de estos, en el instante de salir al ruedo.
El toro lanza una babaza ensangrentada, que se riega de la geta a la cola, desesperado por unos ataques que se intensifican hasta quedar postrado y sentenciado por ‘el espada’ (calificativo dado al torero) que lo ejecuta por último, en medio de los aplausos; así, puede ese sujeto criminal salir en hombros y por la puerta grande, cercado
por los reflectores y la prensa… La crueldad es inmisericorde con estas criaturas, para divertir a una asistencia en sintonía diabólica con la sevicia del verdugo. Los mozos de espadas, por su parte, viven en cuchitriles y espacios
miserables financiados por los toreros, quienes también son dados a la informalidad en sus viviendas, mientras
alcanzan la fama y el prestigio del matador célebre. La convivencia entre ellos es permanente, habitual.
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