sábado, 2 agosto 2025
Por: Admin
Antes de que haya latido, hay encuentro.
Antes de que haya cuerpo, hay intención.
Y antes de que el mundo nos reciba, hay una energía que se mueve dentro de nosotros, que llama, que duda, que dice sí —o que quizás no sabe aún qué decir.
Hablar de concepción es hablar del inicio de una historia. Una historia profundamente humana. No una historia perfecta, ideal, ni programada, sino una historia con un potencial infinito. Una historia vivida desde nuestra verdad: con nuestras luces y nuestras sombras, nuestros sueños y nuestras incertidumbres.
Porque la vida puede comenzar con alegría y certezas. Y también, puede comenzar entre el asombro y el miedo, entre la esperanza y la confusión. Y eso está bien. No necesitamos estar completamente listos para que la vida suceda. No necesitamos tener todo resuelto, ni sentirnos felices todo el tiempo para ser buenos padres o madres.
Necesitamos algo mucho más real y transformador: darnos cuenta de cómo nos sentimos, y elegir amarnos y amar desde ahí.
He acompañado muchas historias de concepción en mi camino como pediatra-neonatóloga, doula y madre. Historias buscadas y celebradas. Historias inesperadas. Historias llenas de dudas o atravesadas por dolor. Y todas, absolutamente todas, son válidas y son el perfecto comienzo.
Lo que marca la diferencia no es si fue el momento “ideal” o si fue deseado desde el primer instante. Lo que realmente transforma es el acto de darnos cuenta…
Darnos cuenta de lo que sentimos.
Darnos cuenta de lo que no pudimos decir.
Darnos cuenta de que, incluso en medio del miedo, el cuerpo y el alma están abriéndose al milagro de dar vida.
Tal vez estás viviendo un momento difícil. Tal vez la llegada de ese bebé te confronta más de lo que imaginabas. Tal vez no te sientes “a la altura” de lo que piensas que debería ser el ser madre o ser padre. Y aquí quiero decirte algo que he aprendido desde lo más profundo: No estás sola. No estás solo. No hay una forma correcta de comenzar. Hay muchas formas verdaderas de hacerlo.
Ser padres no es tener todas las respuestas. Es decirle sí a la vida, no desde la perfección, sino desde el coraje de caminar como eres, con lo que somos, con la mochila de lo vivido y por supuesto con la incertidumbre de lo que vendrá, hacerlo paso a paso, viviendo el presente y dispuestos a hacerlo con amor.
Una concepción difícil puede ser también una oportunidad de despertar, de mirar hacia dentro, de sanar. Y cuando eso ocurre, el vínculo con el hijo o la hija que llega se teje con hilos más humanos, más humildes, más verdaderos. Y eso es profundamente reparador.
Lo que importa no es si la concepción fue ideal. Lo que importa es si estamos dispuestas y dispuestos a hacer espacio para el amor, incluso en medio del miedo, del cansancio o del desconcierto. Lo que importa es si podemos abrazar nuestra imperfección con compasión, y desde ahí, permitirnos aprender, abrirnos y crecer.
Porque no venimos a esta vida a vivir experiencias perfectas, sino a vivir la imperfección con gozo y conciencia, reconociendo que dar y recibir amor —en el contexto que nos corresponda— es quizás la forma más poderosa de construir una familia y forjar una nueva humanidad.
Esta columna no es para enseñarte cómo ser madre o padre "ideal". Es para recordarte que tu historia tiene valor, tal como es.
Y que el viaje de traer una vida al mundo —así sea incierto, difícil o inesperado— puede convertirse en un camino de transformación. La concepción es un umbral, no de un evento aislado, es un llamado a despertar a sentirnos como gentes, gentes de la humanidad, muchas personas, muchas tribus, muchos corazones, caminando también. Recordando que la vida florece no en la perfección… sino en la verdad.
Porque todo comienza dentro y florece fuera
Maria Carmenza Cuenca Arias IBCLC
Médica pediatra - Neonatóloga - PhD en dolor neonatal
Doula de parto y madre de cuatro hijos- Cofundadora de Familia SER
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