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Opinión

lunes, 1 septiembre 2025

LA TEORÍA DE LA LOCURA, EL CAOS CONTROLADO.

Por: Enrique Ramírez

Nos hacemos los locos para evadir responsabilidades, ocultarnos tras una máscara y eludir compromisos, mostrando una preocupante falta de seriedad ante la sociedad. Sin embargo, olvidamos que la locura también es fuente de felicidad, creatividad e incluso sentido existencial; sin ella, la vida sería monótona, gris y estéril.

En una conferencia de 1973, el filósofo y psicólogo francés Michel Foucault abordó el uso político de la locura. Sostuvo que la sinrazón no es solo una categoría médica, sino una herramienta de poder. El término “loco” se ha empleado históricamente para etiquetar a quienes transgreden los límites sociales. En sus inicios, se les aislaba por considerarlos improductivos o peligrosos; luego, con el surgimiento de la psiquiatría, se les diagnosticó y patologizó. Foucault demuestra cómo el poder ha instrumentalizado la enfermedad mental para controlar, excluir y silenciar a quienes se apartan de la norma.

La Teoría de la Locura es una estrategia que consiste en convencer al adversario de que se es capaz de cualquier cosa, fingiendo demencia de manera deliberada sin estar realmente loco, con el fin de crear confusión. Se le atribuye al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon (1969-1974), quien la habría empleado para presionar a Vietnam y a la Unión Soviética a negociar la paz. La idea era manifestar que era capaz de cualquier acto, incluso de lanzar una bomba atómica, para intimidar o disuadir a sus adversarios.

Esta teoría se basa en el principio de que si el oponente cree que puede tomar decisiones irracionales, será más propenso a ceder en una negociación para evitar posibles consecuencias negativas.

La locura como táctica puede tener raíces históricas, pero su análisis teórico es más reciente.
El representante más emblemático en la actualidad es Donald Trump, cuyo comportamiento erratico es percibido por el mundo como una forma de presionar para negociar con mayor ventaja. Lo mismo aplica a Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela y Gustavo Petro en Colombia. La estrategia sirve para mantener a la oposición debatiendo y sopesando las posibles consecuencias de sus actos, a la vez que desvía la atención de otros temas más sensibles.
La teoría de la locura es una táctica que consiste en simular comportamientos irracionales y erráticos de forma calculada para desconcertar, intimidar y obtener ventaja sobre un adversario. Se trata de una estrategia que explota la imprevisible. Al convencer al oponente de que se es capaz de cualquier cosa —incluso de actos autodestructivos— que genera confusión, miedo e incertidumbre, lo que dificulta una respuesta lógica.

Esta estrategia se expresa en acciones como en ideas, que desafían abiertamente lo establecido. Se ejemplifica con juegos como el ajedrez o el póker, donde un jugador que apuesta sin lógica aparente puede desestabilizar a sus rivales.

Sin embargo, es un recurso de doble filo. Solo resulta efectiva si se aplica de forma puntual y controlada. El uso excesivo la vuelve predecible y resta credibilidad, cómo el pastorcito mentiroso: quien finge locura constantemente deja de ser tomado en serio, incluso cuando actúa con sensatez.

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