domingo, 12 enero 2025
Por: Ulpiano Manrique Plata
El ferrocarril, más que un medio de transporte fue el hilo conductor de historias, desarrollo y progreso en el sur colombiano. Para quienes vivimos la experiencia de viajar en tren o en el entrañable Autoferro, su ausencia sigue resonando como un eco de un pasado mejor, de una época en la que los rieles unían no solo pueblos, sino también sueños y esperanzas.
El ferrocarril, más que un medio de transporte fue el hilo conductor de historias, desarrollo y progreso en el sur colombiano. Para quienes vivimos la experiencia de viajar en tren o en el entrañable Autoferro, su ausencia sigue resonando como un eco de un pasado mejor, de una época en la que los rieles unían no solo pueblos, sino también sueños y esperanzas.
La construcción del ferrocarril hacia Neiva comenzó en 1924, avanzando desde Espinal hasta Saldaña. Aunque el proyecto sufrió numerosos retrasos y obstáculos, finalmente, en 1938, la estación del ferrocarril en el barrio Altico abrió sus puertas. Este espacio no solo marcó un punto de conexión con el resto del país, sino que también se convirtió en un símbolo del progreso regional. Entre los años 1938 y 1985, los trenes y autoferros transportaron mercancías, materiales de construcción y pasajeros, convirtiéndose en un motor clave para la economía del Huila.
La estación, dotada de corrales para ganado, cerdos y espacio para almacenar productos agrícolas como algodón, arroz y ajonjolí, fue testigo del movimiento constante de recursos que alimentaban el desarrollo regional. A cambio, materiales como cemento, hierro y otros insumos llegaban para nutrir el crecimiento de la región.
Para quienes tuvimos la dicha de subirnos al Autoferro, el recuerdo es imborrable. Este vehículo, ágil y eficiente de transporte de pasajeros de primera clase, conectaba Neiva con Bogotá, ofreciendo un trayecto lleno de paisajes y emociones. La puntualidad del Pito como ronquido a las cinco de la mañana anunciaba el inicio de un viaje, mientras los pasajeros intercambiaban miradas llenas de emoción por los reencuentros o despedidas que guardaban al final del recorrido.
La estación del ferrocarril trascendió su función inicial como punto de partida y llegada de trenes de carga y pasajeros. Con el paso del tiempo, se convirtió en un lugar de esparcimiento y encuentro de los (a) opitas. Sus alrededores florecieron con la creación de negocios: restaurantes, discotecas, bares y estaderos que acogían a quienes buscaban compartir momentos inolvidables.
En este escenario lleno de vida, compartimos con amigos entrañables como Luis Humberto Villarruel, Hernando Lara, Luis Alberto Díaz Méndez, Mario Vela, Raúl Salazar, Jaime Mejía, el ingeniero Gentil Díaz Silva y otros que se me escapan sus nombres. Juntos, disfrutábamos de las animadas noches en lugares icónicos como Patio Pelado, Guaitipán y el Bar de la Estación. Aquellas reuniones combinaban risas, música y el encanto nostálgico de la salida y llegada de trenes y autoferros. La atmósfera se enriquecía con las melodías del maestro Hojita y las canciones de la inconfundible voz de Rayito, cantante de la orquesta Iberia, quienes daban vida a esas noches memorables.
Mientras tanto, el silbido del tren y del Autoferro marcaba la madrugada, anunciando puntualmente a las cinco de la mañana el inicio de un nuevo viaje hacia Bogotá. Esa mezcla de amistad, música y movimiento ferroviario dejó una huella imborrable en nuestra memoria, encapsulando el espíritu de una época dorada.
Con la partida del último Autoferro en 1985, el Huila perdió más que un medio de transporte. Se desmanteló un sistema que había sido el pilar de su desarrollo. La decisión de privilegiar el transporte por carretera dejó a las regiones del sur colombiano en un aislamiento que aún pesa.
Hoy, quienes vivimos esos años dorados sentimos una profunda nostalgia al recordar el silbato del tren, el murmullo en los andenes de los familiares de los pasajeros despidiéndose y la promesa de progreso que se desvaneció. El ferrocarril no era solo una infraestructura: era un símbolo de unión, de historias compartidas y de la esperanza que movía a nuestro pueblo.
En las festividades de San Pedro, el "Tren de la Alegría" era un protagonista indiscutible. Decorado con flores y banderas, llegaba con turistas de diferentes nacionalidades y de otros departamentos del país a la estación de Neiva acompañados por las notas del Sanjuanero Huilense, rajaleñas, bandas papayeras y la energía contagiosa de las comparsas. Este evento simbolizaba la esencia de los (a) opitas: alegría, hospitalidad y orgullo por su tierra.
El recuerdo del tren y su impacto nos invita a reflexionar sobre la necesidad de rescatar proyectos que impulsan la conectividad y el desarrollo de las regiones olvidadas. Mientras tanto, los huilenses seguimos llevando en la memoria aquellos días en los que el sonido de los rieles nos unía como pueblo.
El ferrocarril era mucho más que un medio de transporte: fue el latido de una región que aún anhela volver a escuchar el eco de su paso.
Muchas Gracias. Feliz recuerdo.
© Dime Media S.A.S. Todos los derechos reservados || Sharrys Tech