La maldad que corroe

Fecha de publicación: 2024-05-25 22:34:29

La maldad que corroe

Testimonio desgarrador el entregado por una mujer colombiana, de nombre Ángela Candamil, precursora del uso del grafiti en las últimas décadas, y dueña de una fe de carbonero para sobrevivir a la abierta persecución de las autoridades clasistas.

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2024-05-25 22:34:29

 

En últimas, la sensible dama piensa hoy que gozó de la protección divina para no morir en el intento de impulsar la expresión popular, la actividad estética contracultural, en apoyo a la simplicidad de la existencia, lejos de codicias y ambiciones comunes. Desde la edad temprana fue sometida a tratos crueles y degradantes por unidades policiales –de siempre se han ensañado con los jóvenes, aunque también lo sean ellas mismas, como hecho curioso- de corte fascista, ultraderechistas, cuando practicaba esa forma de arte, proscrito en sus inicios por ‘afear’ las paredes, pintadas en zona urbanas y semiurbanas, muchas veces con denuncias temerarias sobre la corrupción rampante en el país, las libertades coartadas, la inmundicia político-institucional, en medio de trazados y de colores no convencionales para el avance  del arte pictórico y de la plástica, entre otras manifestaciones no ortodoxas. Para bautizar esa actividad se usan otros términos como Graffitti, Grafito, Pintada, aunque se impuso grafiti, a secas.

La grafitera Ángela Candamil, habló en el programa ‘Mujeres Pioneras’ de RTVC Sistema de Medios Públicos, invitada como precursora de ese oficio en el país en los días que la policía mataba sin escrúpulos a las personas diferentes, no convencionales, en especial jóvenes –cabe recordar el asesinato a bala de un grafitero, menor de edad, en Bogotá a manos de un escuadrón policial, apoyado por la oficialía de esa institución (creada para proteger la vida, honra y bienes de los asociados), que puso a funcionar la maquinaria del Estado policivo en materia de impunidad, y a los medios de comunicación cómplices, mercenarios sin llenura.

Tan sólo un policía arrepentido cantó y por poco pierde la vida, tras sus denuncias sobre la manipulación de las pruebas del homicidio, que condujeron a la verdad.

El uniformado ‘pagó escondederos a peso…’ De tal manera que la señora Candamil se precia de poder contar el cuento, viva y coleando por la gracia de Dios.

Durante una jornada suya en un lote semiurbano en Bogotá, en los inicios de su trabajo grafitero, fue abordada por varios policías energúmenos que le fracturaron las extremidades en varias partes de sus brazos y de sus manos para que no volviera a pintar jamás. Los individuos le preguntaban, con burlas y sarcasmos escabrosos, sobre la mano que usaba para su tarea, al mismo tiempo que la golpeaban sin ninguna clase de miramiento. Intervenida de urgencia, casi muerta, abandonó su lugar de reclusión permanente para asistir a una jornada artística masiva de la capital, de carácter público, en la que pintó a través de múltiples esfuerzos, con muchas expresiones de dolor como gritos y quejidos ruidosos.

Ese constituyó el resultado del ataque más peligroso que sufrió en la larga historia de agresiones policiales contra su integridad personal. Hoy, su pareja es un grafitero de renombre nacional, y en su casa es también acompañada por cuatro mascotas que la protegen en nombre de Dios, al que atribuye su sobrevivencia en esta Colombia insufrible que nos tocó vivir por azares del destino. Su lenguaje tiene un tinte sagrado, místico, un despertar de la conciencia inmerso, y conmueve hasta el llanto a quienes la escuchan.

 

 

 

 

 

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