sábado, 9 agosto 2025
Por: Admin
El nacimiento no es un instante. Es el punto culminante de un viaje profundo, misterioso y sagrado que comenzó mucho antes, cuando la vida fue soñada —quizás, no solo por nosotros, tal vez por algo mayor.
A veces creemos que la gestación es solo una espera, una etapa previa, un tiempo donde el cuerpo cambia y se prepara. Pero en realidad, gestar es crear un universo entero dentro de nosotras. Es un acto de alquimia donde el alma se va haciendo cuerpo, donde el amor se vuelve sangre, piel, latido.
En el vientre materno, el bebé no solo se forma, crece y madura, también siente, escucha y recuerda. Desde muy temprano, su cuerpo percibe el mundo a través de lo que sentimos: la alegría, el miedo, la calma, el estrés, la ternura. Sin embargo, no se trata de evitar lo que sentimos —porque la vida no es perfecta, ni debemos fingir que lo es, sino de hacer espacio con amor a lo que hay, sabiendo que cada emoción es una semilla que va quedando grabada en su memoria corporal.
En cada respiración compartida, en cada pensamiento dirigido a ese bebé, vamos tejiendo un lazo invisible y eterno. Y ese lazo es la base del vínculo que sostendrá toda su vida: la confianza, la pertenencia, el sentirse bienvenido.
Aunque el cuerpo que gesta es uno, la gestación es un viaje de varios: madre, bebé y padre (o la figura que acompaña). El padre también sueña, también teme, también espera.
Y su presencia amorosa puede convertirse en el sostén que envuelve, el nido que contiene, el fuego que protege.El bebé percibe esa presencia, y lo incluye en su mapa emocional del mundo. La gestación es una danza íntima entre estos tres corazones.
A veces coordinada y suave, otras veces torpe y desafiante. Pero si hay presencia, si hay intención, si hay consciencia… la danza siempre encuentra su ritmo.
Cuando llega el momento del nacimiento, no se trata solo de salir al mundo: se trata de cruzar un umbral entre el adentro y el afuera, entre el silencio del útero y el ruido del mundo, entre la flotación constante y la gravedad, entre el agua y el aire, entre lo sutil y lo concreto. Pero ese momento, tan visible y potente, es solo la punta del iceberg. Todo lo vivido antes deja huella.
La forma en que la madre fue cuidada durante el embarazo, cómo fue sostenida, si se sintió amada, si se permitió descansar, llorar, reír, conectarse… Todo eso se imprime en la biografía emocional del bebé.
Cada uno de nosotros nació llevando una mochila invisible, llena de las memorias de nuestra concepción, de nuestra gestación, de los miedos y anhelos de quienes nos esperaban. No para juzgar, sino para comprender que la forma en que llegamos al mundo importa. Que esas primeras experiencias dejan marcas que pueden ser raíces o heridas.
Y siempre, siempre, estamos a tiempo de mirarlas, agradecerlas y de transformarlas.
Después del nacimiento, el viaje continúa, el primer mes de vida es la integración de todo lo vivido. Madre, bebé y familia aprenden a conocerse fuera del útero. Aprenden a danzar de nuevo, esta vez con el cuerpo en brazos, con la mirada en los ojos, con las noches largas, en medio de pañales y leche materna, con el corazón abierto. Y la clave no es hacerlo perfecto, sino hacerlo consciente, hacerlo humano, hacerlo con amor.
Si estás esperando un hijo o acompañas a alguien que gesta, recuerda esto: estás participando en un acto sagrado. No necesitas hacerlo todo bien.Solo necesitas estar, sentir y elegir, una y otra vez, confiar en la vida que late dentro y que vibra fuera. Porque en cada embarazo el universo entero se vuelve a crear.
Y lo que sembremos hoy con gestos pequeños, palabras suaves, presencia amorosa; florecerá en la vida de quienes llamaremos nuestros hijos.
Maria Carmenza Cuenca Arias
Médica pediatra · Neonatóloga · Doctora en dolor neonatal
Doula de parto · Madre de cuatro hijos
Cofundadora de *Familia SER*
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