Las recientes inundaciones a lo largo del río Magdalena, durante este fin de semana, nos enseñaron en vivo y en directo —y ya no en estudios ni en convenciones internacionales— los efectos del cambio climático sobre la vida de las personas y los bienes naturales de la región.

Testimonios de pescadores, pobladores ribereños y personas mayores, quienes manifestaron no tener memoria de que las crecientes del río hayan afectado playones y poblaciones como lo vimos este fin de semana, nos llevan a reflexionar sobre tres asuntos que son vitales relacionados con los retos que nos impone el cambio climático frente al ordenamiento territorial alrededor del agua en la actualidad.

Fortalecer el componente técnico y tecnológico de las alcaldías de tercera y cuarta categoría para sus procesos de planificación territorial. Plantear acciones que permitan mitigar los impactos de la relación entre la caficultura y la deforestación, así como la necesidad de declarar a los municipios aguas abajo de las represas de El Quimbo y Betania como víctimas de estos proyectos, que terminaron alterando la dinámica hídrica del río Magdalena.

Estas lluvias recurrentes en el sur, que también nos afectan en el norte del departamento, seguirán presentándose. Por eso, debemos replantear cuál debe ser el modelo de ocupación del territorio que permita garantizar el derecho a la vivienda, que el turismo continúe floreciendo en el departamento, y que la caficultura siga siendo el renglón económico más representativo del Huila frente al país.

Son interrogantes que deben abordarse partiendo del reconocimiento de amenazas como la deforestación, el urbanismo mal planificado y corrupto —que vincula tanto al sector público como al privado— y dos represas que alteraron la dinámica hídrica de nada más y nada menos que del río Magdalena.