Por: Enrique Ramírez - Fecha de publicación: 2025-02-17 08:39:32
El Caballo Incitatus y la guerra al mar
2025-02-17 08:39:32
En mi columna anterior, les contaba que la soberbia es una incapacidad de todos los mortales con una cuota de poder. Ese sentimiento de superioridad y arrogancia lleva a una persona a creerse mejor que otros. Se manifiesta en actitudes de prepotencia, vanidad y desprecio hacia los demás. La soberbia puede ser una barrera para el crecimiento personal y las relaciones interpersonales, ya que impide reconocer los propios errores y aprender de los demás. Nos olvidamos del ajedrez de la vida, que después de terminar el juego, el rey, la reina y los peones van a la misma caja.
La historia está llena de mortales llenos de soberbia; uno de los más sobresalientes fue el emperador Calígula, que gobernó Roma por cuatro años. Tenía 24 años y sin ninguna experiencia, el Senado lo nombró emperador. Sus primeros actos de gobierno fueron bien recibidos: liberó a los ciudadanos que habían sido encarcelados injustamente, eliminó impuestos impopulares, organizó eventos como carreras, combates de boxeo, obras de teatro y espectáculos de gladiadores. Seis meses después de su mandato, enfermó gravemente; estuvo un mes entre la vida y la muerte. Se recuperó, pero ya no volvió a ser el mismo, sino el que todos los historiadores nos cuentan. A los 29 años de edad, Cayo Julio César Augusto Germánico, el verdadero nombre de Calígula, el tercer emperador romano, fue despedazado a la salida del teatro por senadores descontentos.
El otro nombre de la soberbia es la locura. Dos episodios nos relatan los que escribieron la vida de Calígula. Incitatus fue su caballo, un caballo de carreras. Le construyó una cuadra de mármol que era un palacete, tenía esclavos como sirvientes, un busto de marfil, vestía de púrpura como los poderosos, lucía joyas y piedras preciosas y comía avena mezclada con partículas de oro. Planeó convertirlo en el cargo más prestigioso y codiciado que dirigía el estado y el ejército: en cónsul, como manera de honrar a su bestia y, a la vez, burlarse del Senado.
El otro acto de soberbia fue declararle la guerra a Neptuno, el dios romano del mar. Los historiadores describen cómo Calígula llevó a su ejército con todas sus máquinas de guerra a la costa del canal de la mancha en el norte de Francia y les ordenó atacar el mar, apuñalando las olas con sus espadas. Cuando se sintió satisfecho, ordenó a sus soldados llenar los cascos y los pliegues de sus túnicas de conchas marinas como botín de guerra, y les dio a cada soldado como recompensa cien denarios, como si hubieran superado las más grandes batallas. Aunque no podemos saber con certeza la motivación del emperador, estos episodios nos dan una idea de su personalidad.
Para terminar, recordé a "Yo, Claudio. Soy su emperador". Este personaje complejo y fascinante, inteligente y culto, pero también tartamudo y cojo, lo que le convierte en objeto de burla y desprecio. Una novela histórica de Robert Graves, publicada en 1934, "Yo, Claudio".