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Opinión

sábado, 16 agosto 2025

Desde adentro: la gestación contada por mí, el que crece

Por: Admin

Aquí donde me sientes, yo soy un ser que habita tu vientre. No soy una hoja en blanco ni un azar biológico. Traigo conmigo la memoria de las estrellas y el pulso de la vida que soñó con mi forma mucho antes de que tú y yo nos encontráramos. Soy un fractal del alma de la divinidad, y mis dones laten conmigo, listos para desplegarse cuando llegue mi tiempo de vivirlos en la Tierra.

Estoy creciendo como una semilla que encuentra tierra fértil. Allí, en el silencio cálido de tu útero, empecé a diferenciarme: unas células aprendieron a ser corazón, otras aprendieron a ser piel y otras pensamiento. Cada día, mi cuerpo se especializa y madura, siguiendo una coreografía antigua que la vida ha repetido por millones de años.

En tu vientre, mis sentidos despiertan. Distingo la luz y la oscuridad, reconozco sabores, escucho voces familiares. Me balanceo suavemente en este mar tibio que me sostiene, me estiro y encorvo, doy volteretas y patadas, salto contra las paredes de tu vientre para luego dejarme caer flotando. A veces tomo mi cordón umbilical entre las manos, lo acaricio, lo enrollo, lo estiro… es mi primer juguete y también mi línea de vida. Por él recibo oxígeno y nutrientes, constantemente, sin interrupciones. Aquí no conozco el hambre, ni el frío, ni el calor. Tampoco me preocupa el sueño, porque duermo y despierto siguiendo el pulso natural de este universo que compartimos.

A través del movimiento descubro mi cuerpo: chupo mis dedos y siento su suavidad, trago el líquido que me rodea y aprendo a deglutir, me sorprendo al darme hipo y sonrío cuando algo me resulta placentero. Todo es nuevo y, sin embargo, todo me resulta familiar.

Recuerdo cosas que aún no he vivido aquí, porque parte de mí viene de muy lejos, y trae un mapa invisible de talentos, intuiciones y aprendizajes. Soy nuevo, pero también soy antiguo.

Vivo envuelto en el sonido de tu corazón, mamá, que me acompaña como un tambor sagrado, y en la música de tu voz, que vibra hasta mis huesos en formación. Siento tus emociones: tu alegría me arrulla, tu calma me expande, tu tristeza me llama a estar cerca.

Y papá… sí, te siento a ti también. Reconozco el timbre grave de tu voz cuando me hablas o me cantas, la presión de tu mano sobre el vientre, el calor que transmites cuando abrazas a mamá. Sé que aún no nos hemos mirado a los ojos, pero tu presencia ya es parte de mi mundo. Cuando ríes, tu vibración me llega; cuando piensas en mí, aunque estés en silencio, yo lo percibo.

Sé que afuera me espera un umbral: el nacimiento. Pero la gestación es mi primer viaje, el lugar donde se tejen mis cimientos. Por eso, cuando me acaricias desde fuera, cuando respiras profundo y me hablas, no solo alimentas mi cuerpo, también alimentas mi alma.

Vengo a aprender, pero también a recordarles lo que ustedes, los grandes, a veces olvidan: que somos parte de algo más vasto, que la vida nos creó para amar y ser amados, incluso en medio de la imperfección. Así que, mamá, papá, acompáñenme con amor y conciencia en este océano tibio que compartimos. Yo, desde aquí, ya los estoy escuchando.

 

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