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Opinión

domingo, 11 mayo 2025

DEL SECTARISMO A LA POLARIZACIÓN: HERIDAS QUE NO HEMOS CERRADO

Por: Ulpiano Manrique Plata

En Colombia, la política no ha sido solo debate de ideas, ha sido también territorio de muerte. Durante buena parte del siglo XX, vivimos marcados por el sectarismo, esa forma cerrada y excluyente de hacer política, donde liberales y conservadores se enfrentaron como enemigos irreconciliables. La Guerra de los Mil Días, la época de La Violencia, complementada con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán fueron resultado de ese odio partidista que dividió al país y sembró resentimientos profundos.

Hoy ya no hablamos tanto de sectarismo, pero la herida no ha cerrado. Hablamos de polarización, ese clima de enfrentamiento permanente en el que ya no discutimos ideas, sino que atacamos personas. En redes sociales y medios, el adversario se convierte en enemigo. Los matices desaparecen. El diálogo muere. Y en su lugar florecen los insultos, la desconfianza y la radicalización.

Pero no solo hemos perdido la palabra: también seguimos perdiendo vidas. A la violencia partidista se sumó el narcoterrorismo, que sembró el miedo con bombas y asesinatos selectivos y se continúan en este siglo. Líderes como Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán cayeron por enfrentar al poder mafioso y continuando con el exterminio sistemático de la Unión Patriótica, un crimen político que aún duele en la memoria colectiva. El asesinato del máximo líder del M19 Carlos Pizarro león Gómez Y más adelante, el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, símbolo de la búsqueda de consensos, también fue silenciado con violencia. La lista de líderes sociales, indígenas, campesinos y defensores de derechos humanos asesinados sigue creciendo hasta hoy.

No es casual. Es parte de una cultura donde el que piensa distinto se molesta, y donde el que se atreve a proponer algo nuevo, es enemigo de la democracia aún más Seguimos atrapados entre la intolerancia del pasado y la furia del presente. Y mientras eso ocurra, la libertad seguirá siendo frágil, y la paz, una promesa pendiente.

¿Podemos hacer algo distinto? Sí. Recordar para no repetir. Hablar para comprender. Disentir sin destruir. No se trata de renunciar a las ideas, sino de reconocer que ningún país sale adelante matando a sus voces más valientes.

Esa es la tarea: sanar las palabras para que no se conviertan en disparos. Construir desde la diferencia. Y defender la vida como la base de toda política digna.

“Colombia, tierra de luchas y resistencia, no puede seguir repitiendo los errores del pasado; necesitamos que todas las voces —desde la izquierda, el centro o la derecha— se escuchen con respeto para que nunca más la diferencia política se pague con sangre.”

“Reconciliar nuestras ideas no significa rendirse, sino reconocernos como parte de un mismo pueblo; que desde las políticas públicas promovamos la educación, el diálogo y la memoria, para que estas atrocidades jamás vuelvan a manchar nuestra historia.”

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