Por: Admin - Fecha de publicación: 2025-04-23 21:59:47
2025-04-23 21:59:47
Alfredo Vásquez Carrizosa y Alvaro Leyva Durán fueron dos conservadores destacados en uno de los momentos críticos de la historia de Colombia. De la historia de la violencia de los últimos cincuenta años, cuando a sectores de la izquierda y del liberalismo progresista se les perseguía para matarlos o reducirlos. Ellos salieron a promover su protección, el primero desde el Comité Permanente de los Derechos Humanos y el segundo exigiendo al Estado y a las autoridades respeto a tales derechos. Por eso se les reconoció y exaltó. Y seguramente por eso mismo Petro puso a Leyva en la cancillería al asumir el gobierno. Porque seguramente también, como muchos colombianos, pensó que Leyva había dejado de ser conservador, o que su conservatismo actual lo había llevado a renunciar a las viejas prácticas de la politiquería tradicional o a desconfiar de esos viejos rituales propios de la diplomacia de la apariencia, la mentira y la hipocresía. Pero no. Leyva seguía creyendo en tales rituales y en las mismas prácticas politiqueras, porque sus raíces y formación conservadora seguían estando ahí. Y eso seguramente fue lo que lo llevó a los conflictos que obligaron su salida, cuando quiso por encima de las orientaciones de política pública imponer un contrato multimillonario con la entidad que había manejado por siempre la producción de pasaportes, desconociendo las aspiraciones, condiciones y posibilidades de otros oferentes. Por eso salió de la cancillería. O lo sacó Petro. Y eso no le gustó. Para un hombre como él, con su trayectoria política de político de trayectoria, que le puso el pecho al establecimiento de su propio partido para defender opciones políticas distintas a las tradicionales del liberalismo y el conservatismo, sacarlo así era inconcebible, inaceptable. Y al parecer fue tanto el daño hecho por Petro con su decisión de sacarlo, que duró casi año y medio haciéndole catarsis a su trauma, que por fin ahora pudo liberar. Y lo liberó a través de una carta en la que dice cosas. Cosas que presume, que cree pudieron ser, suceder. Y que efectivamente son inconcebibles, inaceptables, en ese mundo de la diplomacia que él concibe. Ese mundo de la apariencia, la hipocresía, la mentira, en la que llegar es lo importante, mas que a lo que se va a llegar, o a lo que va a quedar de la llegada. Porque esa es la diplomacia que él aprendió, si la aprendió, o que creía que era la diplomacia porque la había visto aplicar en los diplomáticos de carrera, en la que reunirse con alguien y que el hecho quede registrado en la foto o el video, es mas importante que lo que ese alguien pueda aportarle al país o a la sociedad tras ese encuentro. Pero resulta que él era el canciller y por tanto quien programaba y organizaba esas reuniones, y el presidente debía cumplirlas, para, además, decir lo que él como canciller le diría que dijera. Pero resulta que Petro no le hacía caso, decía lo que a él le parecía que debía decir, y solo iba a las reuniones que a él se le antojaban, con los personajes que él creía. Por eso Petro es adicto. Adicto a sus convicciones, propias seguramente de su ego agrandado por sus certezas intelectuales, adquiridas de sus otras adicciones, a la lectura desmedida, incontrolada, que lo hace olvidar y cumplir compromisos adquiridos por personajes como el canciller, y que por tanto deberían cumplirse porque quien queda mal es él, el canciller, a quien seguramente después no le creerán cuando intente programar otras reuniones con otros personajes. Todo eso traumatizó a Leyva y lo llevó a concluir que Petro incumplía compromisos por adicto, hecho inconcebible en una sociedad sana como la nuestra en la que los políticos, funcionarios y periodistas son absolutamente sanos, sin adicciones de ningún tipo, salvo la de ir a misa cada domingo, porque no consumen drogas, ni alcohol, ni nada que les afecte su espíritu cristiano, porque tampoco piensan en la maldad ni en robar al Estado, ni saquear recursos públicos o promover torcidos para beneficiarse o beneficiar a parientes o amigos. Tampoco piensan en mentir. Todo porque en este país el adicto, el enfermo, el que debe ir al médico para que evalúen su estado de salud, es Petro. Los demás son sanos y de ahí la sociedad y el país que tenemos.