Ni más faltaba que no pudiéramos ejercer ese derecho fundamental, que se erige como una de las grandes conquistas de la humanidad, en el ejercicio de la política, el poder y el gobierno. Pero……La utilización de una especie de barras bravas para hostigar al Presidente de la Republica y su familia, en un escenario de unidad y alegría nacional, no es un buen ejercicio para la paz y la tranquilidad nacional, a cargo de la rancia y extrema derecha, que esta empecinada en no dejar gobernar a Gustavo Petro; y si se descuida, tumbarlo de la presidencia. Según se informa desde las redes sociales y algunos medios de comunicación, en eso anda la tríada Cabal, Char, Fico y toooodos sus seguidores, como decía el Cacique Diomedes Díaz.
Atacar y ofender a la hija menor del presidente Petro y su señora esposa, en un evento de sentimiento y unidad nacional, como lo fue el partido de fútbol que marcó un hito en la historia patria, por el emocionante triunfo de nuestra selección frente a la selección Brasileña, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, es un acto cobarde y canalla.
Haber orquestado ese desaire público en contra de la familia presidencial, a espaldas del presidente, es por decir lo menos, un acto de mala leche y torpeza sin igual, que nada aporta a la pacificación y concordia nacional. El establecimiento político, económico y los grandes medios de comunicación, propiedad de los grupos económicos que no quieren ceder un mínimo de sus privilegios excluyentes, construidos por la cooptación abusiva del estado y sus órganos de poder, no pueden perder de vista que el presidente Petro, tiene el 30 % de colombianos que lo llevan en su corazón y que están dispuestos a lo que sea, por defender y respaldar a su líder presidente; de la misma manera (sin que sea las mismas motivaciones y significado) que los argentinos gritaban con amor y energía, en defensa de Juan Domingo: Ladrón o no ladrón, queremos a Perón; amor que aún hoy se conserva en el pueblo gaucho, que hoy, como están las cosas, será refrendado con el triunfo electoral a la presidencia de la república, que los Argentinos le darán hoy a Massa, frente a ese bárbaro, a quien no deseo mencionar, porque me generan náuseas y se me unta el alma de mierda, como dice el argot popular.
Nada más equivocado que seguir alimentando la confrontación social entre los colombianos; es como poner a pelear a dos hermanos de sangre y que el resultado final, sea la eliminación o el aniquilamiento definitivo del otro. En esa confrontación todos perderemos y nada recuperaremos con llorar sobre la leche derramada.
Por supuesto que ese trato agresivo y hostil contra el presidente Petro y su familia, no compromete a todo el país nacional; pues también es claro que la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie, estamos deseando que cese la confrontación y la agresión entre los colombianos, por motivaciones políticas.
Ese grupo recalcitrante de ciudadanos que sistemáticamente atacan a Petro, con las armas más innobles y llevándose por delante su honra y dignidad humana, no se han detenido a pensar, cuál será la suerte de sus empresas y patrimonios ante una insurrección no controlada del pueblo que respalda y ama a Petro, ante esta clase de ataques y vituperios de que hacen victima al presidente y su familia. Al parecer a estas personas tampoco les importa prender la estepa, muy a sabiendas que en ese incendio, también caeremos miles de ciudadanos, que el único delito que hemos cometido, es abogar por la paz y la justicia social.
Estamos de acuerdo que en nuestro Estado democrático y participativo, los ciudadanos tenemos derecho a protestar, disentir y no estar de acuerdo con un gobierno, cualquiera que sea; y que el gobierno y las instituciones del estado, están para garantizarnos tales derechos; pero cosa muy distinta y distante, es que nos manifestemos violentamente y aniquilando al que sea, en nombre de la democracia y el derecho a la protesta y el disentimiento. Creo que estamos jugando con candela y recorriendo el camino equivocado. Ojalá rectifiquemos a tiempo y que nunca sea tarde para recomponer civilizadamente nuestro tejido social.